jueves, 23 de febrero de 2012


Se sienta con desgana en la silla de su cuarto, tiene los mismos muebles desde los 6 años, la han  visto crecer, cambiar, llorar y reír, bailar, entrenarse.
Abre su viejo diario, pero es tan poco constante que aun le sobran paginas, seguro que podrá escribir aun cuando tenga hijos.
Y como siempre le pasa cuando se encuentra decaída, empieza a escribir:
“Hace tiempo me definía como romántica. Y hoy sé que lo fui: enfermizamente romántica, diría yo.
¿Es que acaso no se cansa nunca el hombre de soñar con lo imposible? Sé que podríais recitarme una retahíla interminable de citas sobre la utilidad de la utopía, la valentía del que no cree en lo imposible y blablabla. De acuerdo. No me estoy refiriendo a eso.
Me estoy refiriendo a la estúpida tozudez del que sabe que desea algo que -cree- no está a su alcance. Y no lo intenta. Se queda en su maldito sillón auto-flagelándose, llorando y soñando con los labios rosados y el cabello de su amada.
La vida, o si lo preferís, la suerte, el destino, o nuestro hacer, nos brindan tesoros inmensos que dejamos escapar por sueños que ni siquiera intentamos alcanzar. No nos interesa. En el fondo sabemos, que los sueños al hacerse reales dejan de interesarnos. En los sueños todo es perfecto, en la realidad, por suerte, no.
Así, yo ya me cansé de esperar la muerte sentada ante hojas de papel, lamentándome de mi mala suerte, pensando que si no tengo algo es porque soy un ser inferior.
El verdadero ser humano es el que no se resigna y si quiere algo lucha por ello, no deja que se lo arrebaten como un montón de hojas secas arrastrado por el viento. ¡Estamos vivos, maldita sea! Demostrémoslo.
Está claro que no podemos vivir sin soñar, sin desear. Pero el deseo, o los sueños, como todo producto humano, se pueden canalizar de diferente manera. Podemos utilizarlos como vía de empuje para ser mejores, para crecer, para despertarnos cada mañana deseando comernos el mundo. O podemos convertirlos en látigos y puñales que nos atormenten mientras nuestros cuerpos se pudren en la oscuridad, escondiéndose de esa realidad que nos da miedo afrontar.
Vosotros decidís.”
Y así empezó un nuevo día para Carolina, volvió a sonreír fuerte y segura.

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